El bien más escaso de nuestro tiempo, el más preciado y el más raro. Nuestro primer reflejo ante cualquier situación, es hablar. Opinamos, nos quejamos, discutimos y criticamos. Muchas veces ni dejamos tiempo al otro, en un diálogo construido por ambos, a que exponga completamente su idea.

LA OBLIGACIÓN DE HABLAR

Si observas atentamente verás cuán a menudo, en una reunión social, las personas se atropellan para hablar. A veces no esperan que el otro termine su frase, y toman una idea intermedia, quizás anecdótica, para seguir hablando ellos. Por supuesto esto genera malestar en quien trataba de contar algo, aun cuando la interrupción no haya sido intencional.

También sucede que nos incomodan mucho los espacios de silencio que se presentan normalmente en varias ocasiones. Sentimos como un contagio la tensa inquietud ante estos silencios, y la compulsión a interrumpirlos, aun con comentarios banales. Debemos aprender a tolerar y valorar los distintos tipos de silencios.

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2. LA PALABRA ENCUBRE EL MIEDO

En nuestro interior, nos protegemos sabiamente de todos los sentimientos dolorosos o angustiantes que forman parte natural del transcurrir de una vida. Las historias ajenas también dejan huella en nosotros, porque somos seres con empatía. Así solemos percibir, y nos hemos identificado también, con la tristeza que ocasionalmente han vivido otras personas, amigos, familiares, o conocidos.

Son sentires que no olvidamos, que no desaparecen, aunque no pensemos en ello. Pero esos miedos comunes de toda persona están allí, agazapados para expresarse, ante un vacío de pensamiento. Los miedos se unen, de todo tipo, para buscar una salida calmante. Y nosotros los evitamos, como si no hubiera otra opción que callarlos.

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3. EL AMOR A VECES ES SILENCIO

Ante el dolor expuesto, descarnado, inmenso, que lamentablemente nos toca enfrentar a veces, las palabras en una primera instancia, no sirven. Pero es insospechadamente valioso el silencio que contiene, abraza, soporta al otro en su derrumbe emocional.

Le dice con gestos y en silencio que no va a huir, que no lo va a distraer, que no lo va a minimizar. Que lo respeta y lo acompaña. Que calla su mente par acompañarlo, que se quedará en el abrazo y la mirada, aportando la fortaleza que el sufrimiento requiere. Nada más hace falta desde el amor.

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4. CONFIAR EN LA CALMA DEL SILENCIO

La mejor manera de lograr esta posibilidad de encontrar la calma en el silencio, es realizar una tarea en nuestro interior para generar serenidad. ¿Cómo hacerlo? Sabemos que los estímulos externos nos influyen continuamente, por ejemplo todo lo que va ocurriendo a nuestro alrededor, las palabras oídas, las noticias, las actitudes de otros. Pero también nos influye igualmente y a veces con mayor intensidad lo que proviene de nuestro interior. Lo que pensamos, lo que sentimos, las emociones, y también la alegría y los miedos.

Y aquí reside nuestra fortaleza, en la capacidad de elegir lo que pensamos, y apostar al sosiego y la paz interna, diciéndonos que todo va a estar bien, que debemos confiar en ello. Que la naturaleza es sabia y nos brindará la fuerza para atravesar las dificultades. Confiar en la vida. Respirar profundamente, y calmar nuestra inquietud. Tratarnos amorosamente. Confortar nuestros miedos, como lo hacemos con un niño. Permitirnos la profundidad que surgirá de este trascendente silencio. Simplemente confiar.

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